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miércoles, 4 de mayo de 2011







La Maravillosa Monstruosidad de Diane Arbus




Diane Arbus



    ¿Cuántos tipos de expresiones podrán ser concebidas por el ser humano? ¿De qué forma exteriorizamos nuestros más profundos pesares, sentimientos e inquietudes? La alegría, lo horrendo, el martirio, y cada una de aquellas particularidades que habitan en lo más profundo del ser,  pueden convertirse en una manifestación concreta  y, por qué no, tangible de nuestro mundo interior.

    El arte de la fotografía no logra escaparse de esto, ya que por medio de la imagen el sentimiento puede ser aún mayor que a través de unas cuantas palabras. Además, puede ser el escenario perfecto para plasmar temores y disputas consigo mismo; el espacio donde es posible comprender lo desconocido y hacerlo visible. Fue justamente esta labor la que cumplió la fotógrafa neoyorquina Diane Arbus.

    Originaria de una familia judía, retrató personajes sumamente particulares e incluso chocantes para la sociedad misma. Enanos, gigantes, prostitutas y fenómenos de circo, fueron solo algunos de los protagonistas de su trabajo, el que culminó de súbito en 1971, cuando después de una larga depresión se quitó la vida, dejando al mundo cegado de espíritu, cegado de su don.

“Lo único que sentía era mi sensación de irrealidad”

    Patricia Bosworth, su biógrafa, asegura que Diane fue una chica sobreprotegida que durante su adolescencia comenzó a desarrollar un particular interés por ambientes distintos al suyo, es decir, más pobres y sucios. Fue eso lo que la motivó a tomarse las calles de Nueva York y emprender el rumbo de lo que serían sus comienzos en la fotografía. Sin embargo, no sería extraño ver a una mujer con una cámara en sus manos si no fuera por los retratos que llamaban increíblemente su atención. No eran sino los exhibicionistas quienes capturaban cada uno de sus sentidos. En tanto que la obra Alicia a través del Espejo, del reconocido escritor Lewis Carroll, la hizo imaginar nuevos mundos, trasladándola incluso a lo desconocido y diferente.

    A los 14 años conoce a quien sería el amor de su vida: Allan Arbus, hombre que se convirtió en su marido cuatro años más tarde. Juntos trabajaron en el negocio de la fotografía, pero la carencia de arte y estética en sus trabajos generaron un vacío importante en Diane.

    En 1958 decide tomar clases con Lisette Model, una fotógrafa judía famosa por la crudeza de sus retratos. “No pulsen el disparador hasta que el sujeto que enfocan les produzca un dolor en la boca del estomago“, solía decirle a sus alumnos. El consejo fue seguido al pie de la letra por Diane. Una singular fotografía comenzaría a desarrollarse a través del lente de su cámara. La belleza de la excentricidad y la sombría maravilla de sus imágenes, fueron la característica fundamental de su obra. La miseria, la pobreza y lo extraño retratado con compleja, pero fascinante normalidad, ocuparon el negativo abstracto del positivo bello.




Niño con una granada de mano de juguete en Central Park, NY (1972)

“La mayoría de la gente se pasa su vida temiendo pasar por una experiencia traumática. Los Freaks nacieron con sus traumas. Ellos ya han pasado su prueba”

    El trabajo de Diane Arbus trata lo grotesco como una suerte de pieza magistral. Es su mirada, la que plasmada a través de la fotografía, se convierte en una obra única en su especie, distinta a los socialmente aceptado y opuesta a lo arbitrariamente permitido. Es esta caprichosa, pero interesante propuesta la que otorga protagonismo a la discriminada vida nocturna y a la compleja existencia de la deformidad. En pocas palabras, saca a la luz aquello que la misma ciudad se ha encargado de dejar a un lado y a la deriva.

    Arbus se interesaba por todos aquellos que fueran diferentes, y otorgaba varios minutos a mirarlos detenidamente, ya que cuando niña sus padres le prohibían observar en detalle lo “anormal”. Se preguntaba cómo esos seres podían ser tan extraños a pesar de haber tenido una madre normal, era esta perturbante inquietud la que la impulsaba a buscar algún tipo de respuesta. Eso sin contar el seudo terror que le tenía a esas criaturas, las que a su vez “constituían un desafío a muchas convenciones”, como aseguró Bosworth sobre el trabajo de Arbus.

"Quiero fotografiar lo que es maligno"

    La película Freaks, de Tod Browning, fue de suma relevancia para Diane, ya que los “monstruos” que veía en la pantalla no eran sino reales, completamente alejados de una fantasía infantil. Esto produjo una significativa atracción en la mujer, quien sintió como su lado oscuro y sobrenatural era expresado a través del filme. Vio, además, sujetos que a pesar de sus dificultades y malformaciones tenían la valentía y fuerza para salir adelante, situación que provocó gran impacto en Diane. La motivación generada por aquellas tristes y poco cotidianas historias funcionaron como motor y eje central para la fotógrafa.

    Son los retratos de Diane Arbus los que sorprenden incluso el día de hoy. Y es que su trabajo no es el común seguido por unos cuantos aficionados, sino más bien una obra asediada por lo extraño, pero convertida en arte, donde el mundo prefabricado no ocupa gran parte del espacio, sino el segundo plano, ya que para Arbus lo extraño, anormal y socialmente rechazado es lo fundamental. Encerrarse en la cotidianidad de la normalidad no es más que un lujo que la fotógrafa se negó a sí misma y, gracias a ello, hizo ver lo que parecía invisible y perdido, oculto y aborrecido. Dio nuevos ojos a la fotografía.


Gigante Judío. Bronx, NY (1970)




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